miércoles, 3 de septiembre de 2008

LA ANTORCHA, EL PILOTO Y GUAU.

Siempre que el piloto salía de su habitación para fumar en la noche, se quedaba embelesado mirando y escuchando la antorcha del campo petrolífero KFK mucho más tiempo de lo que duraba el humo y el fuego en su pequeña antorcha de tabaco.
La antorcha rugía siempre, pero de noche se podría jurar que se oía más, igual que dicen que la rompiente del mar suena más fuerte a oscuras. Escupía una columna de fuego enorme que tomaba todas las formas, a veces eruptaba humo negro y se apagaba por unos segundos, sólo para rebrotar aún más orgullosa. Ella tenía el temperamento mudable
como una donna incandescente y cegadora, aunque para los expertos su lenguaje y sus maneras estaban llenos de mensajes clarísimos sobre el fluir del caldo negro que movía casi todo lo que se movía sobre la tierra. A veces se estiraba alargadísima en las noches sin viento, otras se hinchaba luminosa como una rafflesia gigante, la flor más grande del mundo es color candela, o se pavoneaba voluptuosa como un pulpo gordo y abisal de meneos lentísimos, y cuando había ventoleras y tormentas de arena se volvía loca en una danza de amor brujo, pero siempre rugía como el quemador de butano gigante de una churrería para titanes, como un animal terrible. (Dicen que hace mucho hubo gusanos enormes y monstruosos viviendo en agujeros profundísimos que hacían lo mismo, soltar llamaradas, por eso hay varias ciudades que se llaman Worms o Wormalgo)
Ese rugir era fascinante,y el piloto no podía entender porqué, los ingenieros y los trabajadores del pozo le explicaron que sólo era gas del yacimiento ardiendo sobre una torre de seguridad.
-¡Es aire antiquísimo y fermentado de las mismísimas tripas de la tierra, ardiendo aquí, delante de nosotros!- pensaba el piloto para sus adentros, sin entender que los demás no quisieran reverenciar aquel prodigio. La única historia que le habían contado sobre la antorcha era que en el tiempo en el que todavía venían turistas a esos desiertos, unos jóvenes pidieron permiso para acampar a sus pies en un invierno que fue excepcionalmente duro,y así burlaron el frío todas las noches que se quedaron bajo ese sol pequeño. La antorcha tenía el poder de revivir y excitar todos el pasado que el piloto nunca se había parado a revisar, le recordaba a los chorros de vapores y aguas termales que surgían de la olla a presión geológica que es el pueblecito de Manikaram en los Himalayas, allí se mezclaban muchos rugires, los rápidos del río, los chorros de vapor que surgían de profundis, el quemador de butano del chiringuito de fritangas donde tomó te con un sadhu tierno y poliomelítico llamado Monigiri Nagababa, y que quizás tuvo algo que ver en aquel pequeño samadhi o flipe lucidísimo, supraconsciente y transpersonal que quebró el tiempo, el lugar, y todo lo que creemos nuestro yo de siempre,y reventó su percepción hasta hacerla metálica y suave. Esa misma epifanía se había extendido hasta aquel desierto, hasta aquellos reflejos naranjas de la llama naranja en un lomo piramidal naranja de la duna gigante naranja, hasta aquella pantalla triangular donde la antorcha proyectaba todo su delirio de luz de fuego en latidos.
Era un cine para inmortales, le recordaba al centellear de la luz de la televisión reflejada en las paredes oscuras que había visto desde la calle en tantas casas con las ventanas abiertas, todos alrededor de una candela hipnótica y confortante de la nueva y diminuta tribu que era una familia en un piso, al fin y al cabo, calor y refugio conocido ante lo inmenso, lo desconocido y lo hostil, cómoda misa de la iglesia catódica. Un monje budista inglés le había dicho en un retiro en la sierra de Facinas contemplando el fuego de la chimenea, "mejor que televizión". Sin duda aquella era su televisión de plasma y ectoplasmas, el cine en casa y de verano, cinemascope panorámico tres y cuatro des y sensorround all around de terremoto de temblor constante haciendo tiritar el butacón perezoso del alma, y la llama del rugir soltaba un chorro infinito de historias luminosas en cadeneta que cualquiera desearía recortar para detener y editar aquel flujo de mil millones y una noches, y hasta los dyinns del desierto se pasaban años a su lado catatónicos como tiburones flotando inertes panza arriba, dejando de enloquecer a los hombres fieles al profeta, de extraviar a las crías de camellos como normalmente debieran, cada llamarada era una historia que paría más historias, y el rugir de la llama parecía más divino que el canto del almuhecín megafoneado desde un humilde minarete de chapón en el ocaso de aquel segundo día del Ramadán...-¡Guaaau!- sí, el piloto intentaba describirsela a si mismo como el fuego eterno de un tal señor Mazda, la zarza que puede arder y hablar al tiempo con un cabrero, o el brasero que nunca se extingue a través de milenios en el templo renegrido y quemahumanos de Manikarnika Ghat, o mejor, como la candela serpentina del espinazo sagrado, pero sólo pudo decir guau, la antorcha del pozo KFK, guau.

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