jueves, 4 de septiembre de 2008

EL SALVAJE Y LOS NANOTESLAS




Armoniosamente, de un modo tranquilo, había conseguido convertirse en un completo salvaje, todo lo ignoraba, estaba hecho de instintos, premoniciones irracionales, conocimiento sólo de lo inmediato, olvido de todo lo complejo, pero lleno de sensaciones de magia, misterio y de aventura, lleno de pura vida en suma. Nadie podría imaginar que el propietario de ese nuevo estado pudiera estar a los mandos de un bimotor de turbina volando sobre el desierto toda la noche, hacia su cara miraban todos los relojes, instrumentos y pantallas, los del avión más los propios de aquellos trabajos de mediciones magnéticas y gravitacionales para cercar las últimas reservas de petróleo de la tierra. El camuflaje y un pequeño cerebro de reserva dedicado al trabajo, le permitía cumplir todas sus obligaciones sin esfuerzo mientras contaba estrellas fugaces, observaba la revolución de las constelaciones en relación a los rumbos y a las horas, buscaba ovnis, en resumen, fantasear hasta el delirio, beber yogur y comer plátanos, hasta que el sueño se hacía insoportable y acudía desesperado a Liam, un ingeniero australiano, dulce, grande y pelirrojo, que estaba absorto en la lectura de un libro sobre porqué debería perdonarse la deuda a los países pobres, con las piernas cómodamente cruzadas y reclinado al máaximo en una butaca. A veces le obligaba a cantar, era mejor si el salvaje conseguía aprenderse la letra y entonces cantaban juntos, así se espabilaba mucho más.
Otras le hacía preguntas sobre Australia, Tasmania, los aborígenes, sobre todo muchas preguntas sobre sus hermanos salvajes, o que fueron salvajes no hace mucho. Entre todas esas preguntas a veces olvidaba que era un salvaje y le hacía alguna pregunta sobre los aparatos que manejaban, funcionamiento, y cosas como -¿Qué son los nanoteslas?-, pero en cuanto la respuesta científica empezaba a ser expuesta de manera clara y con buena voluntad de divulgación de parte del pelirrojo, el salvaje le interrumpía bruscamente, diciendo - booooring- , y con el aburrido alargado por el intercom quedaba en silencio y molesto el australiano de caer noche tras noche en la misma burla, enfadado consigo mismo por su ingenuidad desmemoriada. El salvaje entonces volvió a su pensamiento salvaje..." las torres gigantes de Tesla, el rayo de la muerte de Marconi, si pudiéramos reproducir aquellas ideas salvajes no estaríamos aquí, buscando petróleo".

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