sábado, 6 de septiembre de 2008

EL VUELO DEL TOYOTA BLANCO


El policía del control que hay entre el aeropuerto y las bases de vida ( me encanta el nombre bases de vida, no sólo suena a bases en Marte, también lo parecen) que rodean Hassi Messaoud alzó la mano para detener un toyota blanco de alquiler lleno de pilotos extranjeros.
Sólo lo había parado como el que aplica un pequeño castigo porque el conductor, enfrascado en risas y charlas, había olvidado una parte importante de la etiqueta nacional antiterrorista, ese uso por el que que los conductores pasan muy despacio por el control, apagan los faros y encienden la luz del interior delcoche, y si es invitado a detenerse, abre el capot del coche sin esperar a que lo pidan, igual que un perro enseña su vientre vulnerable en señal de confianza. Conducir por aquellas carreteras era para los pilotos mucho más peligroso que su volar diario hacia todos los pozos de gas y petroleo del sahara argelino, los camellos y los burros invadían la carretera sin otro aviso que el brillo de sus ojos unos segundos antes del impacto, los camioneros, a una velocidad endemoniada, te echaban tranquilamente hacia el arcén de arena blanca, si tenías la suerte de que lo hubiera, y para colmo los coches ciegos y tuertos ni iban más despacio, ni parecían temer su invisibilidad. Lolo iba al volante y se puso muy nerviosa.
-¿El carnet de conducir?
-Está en mi habitación del hotel.
Un breve silencio de angeles musulmanes y dyinns del desierto pasando.
-¿Los papeles del vehículo?
Lolo tenía cara de muñeca no nueva de ojos grandes y verdes, su cuerpo delgado y fibroso había tenido que adaptarse a la competición más que física de estar quince años rodeada de hombres en el ejército francés, ella era la gran jineta, lo cabalgaba todo, y no es una metáfora verde, había sido piloto de helicópteros de vigilancia y de combate, había cabalgado camellos por tunez y ponys por las praderas de Mongolia, y ahora volaba esa turbina con alas cuadradas que es el mítico Pilatus Porter, PC-6, y la verdad es que era capaz de despegarlo y aterrizarlo desde cualquier camino de cabras, la gran amazona te digo.
Con una mirada de niña asustada acudió en auxilio de Nasera, la joven piloto argelina que estaba en el asiento del copiloto. Nasera sacó los papeles de la guantera y se los entregó al policia, todos callaban y el aire caliente y silencioso de esa noche de verano polvorienta se podía cortar en lonchas, mientras el policía todo vestido de azul oscuro revisaba uno por uno los papelajos polvorientos que pudo sacar de una carpeta de plástico. Al fin encontró algo, algo seguido de la palabra "técnico" del coche había expirado, caducado. Era bastante irónico que aquel saludable coche japonés, prácticamente nuevo, tuviera algo técnico más caducado que los coches desvencijados que circulaban de milagro por aquellos desiertos. Había que quedarse allí, técnica y legalmente, según el policía aquel vehículo no podía circular. Entonces cundió el panico, y empezaron las guerras racionales púnicas, y Nasera empezó a discutir vivamente con el policía en argelino, que es un dialecto árabe aliñado con bereber, francés y otras algarabías magrebíes y mediterráneas. El policia se sintió aliviado, porque estaba teniendo serios problemas para explicarse con su francés de setenta y cuatro palabras y su inglés de veinte y tres y media, pero ante aquella joven alta, argelina, sin velo y con vaqueros, profesional de éxito, amiga de extranjeros, y que hablaba sin el menor signo de respeto a su autoridad, jamás, no cedería jamás, aunque le costara el trabajo ahora sí que no cedería, lo que empezó como una excentricidad para matar el aburrimiento de la noche se iba a convertir en todo un incidente con informe y comisaría si hacía falta. Como iba diciendo cundió el pánico en aquellas tierras púnicas, y cada ocupante del coche empezó a dar su opinión sobre cual era el curso de acción correcta ante el desastre. Desde el asiento de atrás, Dani, el menos racional de todos los ocupantes, hizo un esfuerzo inmenso para serlo y, después de reflexionar dos o tres nanosegundos, dijo -Este es un coche de alquiler, nuestra compañía lo ha contratado con Rosso Med, si hay algun problema con la documentación, sin duda es responsabilidad de ellos, llama al hotel ahora mismo, que es la misma empresa-. De Dani no se que podría contar, ni siquiera él mismo sabía lo que era, en cada país había sido una cosa, no recordaba el número de oficios que había ejercido, ni el número de mundos en los que había vivido, pero él mismo se consideraba piloto, poeta , pintor, psiconauta, brujo y hasta yogui con algunos logros. Ojalá todos los seres tuvieran las virtudes, gracias y talentos que imaginan en ellos mismos, yo lo habría descrito más bien como un Peter Pan cuarentón en una huída constante hacia delante, hacia ningún sitio, o quizá huyendo de sí mismo. Lolo no hizo caso de ninguna de las voces y consejos que venían por todos los lados del coche y dijo que ella iba a llamar al Jefe de Operaciones de la compañía, es decir, siguiendo su discurrir acostumbrado al escalafón militar,a la máxima autoridad. El problema era que la máxima autoridad de la compañía era un suizo de cerca de sesenta años que dormía, hacía ya algún rato, en la sección "Orchid" del hotel, la más lujosa con mucho, despúes de haber cenado abundantemente y haberse refrescado con seis o siete cervezas, según su propia cuenta, y dos puros, y dijo que sí, que lo había despertado y que el no tenía nada que ver con los coches de la empresa y colgó. Lolo miró a todos los ocupantes del Toyota con los ojos más grandes y más desvalidos aún. Nasera seguía discutiendo y empeorando las cosas. Lolo pensó que la única salida posible era dejar el coche allí y llamar a algún compañero para que nos recogiera. Dani estaba pensando exactamente lo mismo, porque el tono y los gestos del policía no permitían albergar ninguna esperanza, ni siquiera en un albergue muy chiquitito. Pero había un cuarto ocupante en el coche que no había abierto la boca aún. Bill, el americano, sin duda no el típico americano. La CIA habría pagado una fortuna por tenerlo a su servicio. También rozaba la sesentena o la pasaba, y tenía cara de Gepetto que combinaba bien con la enorme nariz aguileña de Dani-Pinocchio el español, cara de abuelito afable de cuento o de anuncio de caramelos. Bill era el hijo de un misionero americano, y sólo se había fumado un cigarrillo en toda su vida, fue al salir de una iglesia en Ruanda que tenía el suelo cubierto de huesos y calaveras humanas, y preguntó a un niño del lugar porqué la habían dejado así, y el niño respondió que para que no se olvidara nunca. Había volado para ong´s en Africa, Afganistán, había volado, vivido y viajado por medio mundo, hablaba chino mandarín con fluidez, también lo escribía, swahili, y medio docena de idiomas más, pero su debilidad era el farsi, y Rumi, y todos los poetas sufíes, ¡ah! y el ´Ashk, ese amor inflamdo y místico de los sufíes con el que él querría revolucionar el mundo, aunque a diario le perdía más el fuego de su cremallera y sus instintos naturales, y los poemas del amor místico se reconvertían a toda velocidad para conseguir una cita. Se me olvidaba que vivió también varios años en Jordania, y hablaba un Árabe clásico casi sin acento, y de pronto decidió intervenir en Árabe, y no sé lo que dijo, pero aquel americano con cara de abuelito, hablando con dulzura pausada desde la ventanilla de atrás ya era demasiado para el policía que imaginaba haber resistido ya la llamada telefónica a alguien influyente. Antes que nada hay que decir que el policía hizo un esfuerzo enorme y no comprendía muy bien lo que Bill decía, pero decía palabras piadosas y mencionaba a dios con el acento de los imanes de la televisión, y le avergozaba no entenderle, porque él se sentía parte de un renacer de una cultura que le quedaba un poco lejos, vamos, que no era la suya, y se avergonzaba de no haber sido más aplicado en sus estudios de árabe y de todo, y al escuchar las palabras "mañana le traeremos todo... mañana, si dios quiere.. y nos tenga dios a todos en su gloria y blablá...", decidió que podían irse en paz, y que buenas noches. Aquella noche Dani le regaló un libro a Bill, en la dedicatoria escribió que desde Ezra Pound no hubo un americano tal.
Aquella noche todos los ocupantes del Toyota soñaron que volaban, pero no en el PC-6, ni en el DHC-6, ni en el BE-300, ni en el BE-1900, soñaron que volaban juntos, desde hacía mucho, en un Toyota blanco.

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