jueves, 4 de septiembre de 2008

EL DIABLILLO DE LINCOLN EN ARGEL


Principalmente fui a Lincoln para liberar a un demonio amigo, el diablillo travieso de Lindum Colonia, compré una figurilla suya en la tienda de la catedral y me la metí en el bolsillo. Toda esa mole de piedra orgullosa se levantó para encarcelarlo, y sin recordar veo, veo un legionario de la novena vigilando desde la torre norte de la muralla, muralla para la magia de los britanos, vikingos que eligen siempre establecerse en marismas y lagunas pestilentes como aquí o en Dublín, el obispo cabrón que me petrificó por siglos en un capitel de la catedral, el rodaje del Código Da Vinci en la sala del coro para ahorrarse los permisos de la auténtica abadía de Westminster, y un taxi me dejó en la antigua base del primer escuadrón de bombarderos, aeropuerto de Wickenby, frente a una piedra que habla de más de mil tripulantes muertos matando a cientos de miles de congéneres. Yo soy un hombre sencillo y me cansa la compleja historia de innumerables vidas de amor, guerras, pasión e ignorancia, y sigo rodando por los mismos lugares, pero ya no busco nada, ya no tengo enemigos, y para darle algún sentido a mis viajes y no aumentar mis deudas, de camino, firmé un contrato que me trajo aquí, y otra vez veo las pequeñas islas de la costa de Argel y el mar alegre desde la oficina de correos, los cambistas en la plaza manoseando euros, euros, -están de moda-, dos putas viejas en el bulevar Che Guevara, y también estuve antes aquí, en este cuerpo, de niño, hace más de treinta años, cuando esto era la meca del terrorismo internacional, porque aunque quiera no puedo dejar de jugar, y como el diablillo que está en mi bolsillo te digo, STOP ME IF YOU CAN!

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