martes, 21 de octubre de 2008

EL ASIENTO VACÍO DEL PILOTO


Sobre el asiento del piloto del viejo Twin Otter no se sienta el que entró y aterrizó en países con menos papeles que una liebre, el que cortó hojas de bananeras con la hélice porque le divertía el sonido, el que echaba carreras con los barcos a ras del agua, el que llevó a unos señores a una reunión de negocios en cayo Caulker, y a Mister Lindo a la frontera después de que atracara el Belize Bank del aeropuerto, el que llegó tarde a recoger al viejo primer ministro porque estaba enfrascado en una partida de ajedrez con el taxista Mangar o se dormía a los mandos en una tarde caliente camino de Tikal…No, ahora el que está sobre el asiento del piloto del viejo Twin Otter se encuentra lejos de los extremos del sopor y las distracciones de la excitación mental, vigilante y atento, con todos los apetitos calmados, fluido, limpio, alerta y en paz, con todo bajo control en la aeronave, consciente de la posición, del origen y el destino del viaje, de los meteoros, de la autonomía, de las comunicaciones, de los pasajeros, de la carga, de los motores, de todos los sistemas, del tiempo, del espacio, de las otras naves, cumpliendo y respetando todas las reglas, todas las normas, todas las leyes…Me resulta familiar este estado, no es el de un mono en una cápsula espacial, aunque la tecnología nos vaya convirtiendo cada vez más en meros vigilantes de paneles plagados de luces, pantallas, botones, y relojes, al estilo de Homer Simpson en su puesto de control en la central nuclear, no, esta claridad, este bienestar en la lucidez gustosa me recuerda a otro asiento, a un cojín de color burdeos que tuve, desde donde, a pesar de mis sinceros esfuerzos, comprendía peor que ahora el camino del Dharma, que es la Ley, la buena ley que nos protege en el océano de los fenómenos, y finalmente, las cosas, todas las cosas, la Realidad. Aquí, rodeado de espacio, atravesando un aire que todo lo limpia, pasado y futuro son sólo un presente ligero. Los cincuenta grados del verano han sido sustituidos por las moscas del otoño, pero se han quedado todas en tierra, con las pasiones del recuerdo y los deseos que mordisquean ansiosos el porvenir, allá abajo, lejos de este espacio devorador de espacios. Todo está en orden, el otro piloto tan alerta y relajado como yo, los pasajeros confiados, el asiento del viejo Twin Otter se ha convertido en un trono, asiento de la consciencia, mirador privilegiado de una belleza secreta y sin dueño, jamás recogida, jamás representada, como la lluvia que nos está limpiando los cristales, pero que no llegará a tocar la arena del desierto, como los mares aéreos de los mantos de nubes, belleza de cumulonimbos solitarios, arcoíris en corona, o en doble corona. Una vez, unos niños me hicieron una entrevista para la revista de su instituto y me preguntaron porque me gustaba volar. Les contesté que tenía un extraño efecto liberador, purificador… –Porque está limpio- contestó Lawrence de Arabia con la cara de Peter O´toole cuando le preguntaron por qué le gustaba tanto el desierto, y añadió en su poética David González -escribo para limpiarme por dentro-, pero desde el asiento del piloto, toda esta limpieza, toda esta belleza, parece que siempre ha sido nuestra, que somos nosotros mismos, la lluvia que limpia sobre limpio, las cosas, todas las cosas, la Realidad, la nave, el asiento vacío del piloto.

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